Eran las dos
de la mañana cuando Esteban despertó, casi gritando, luego de haber tenido una
pesadilla. Desde muy pequeño había anhelado ser famoso, a pesar de que él mismo
no creía tener algún talento para llegar a serlo.
-Tal vez te conviertas
en un famoso sicario, tanto, que hasta la policía de FBI te querrá buscar- le había
dicho Andrea, su hermana mayor, quien tomaba a broma cada palabra que su
hermano decía.
Esteban comenzó
a preocuparse tras la mala noche. Había soñado que la palabra fama
desaparecía del mundo semántico, y con ella sus derivadas. Ya no existían
los famosos,
todos miraban a quienes aparecían en las películas de Hollywood con igualdad,
sin ninguna admiración ni anhelo por conseguir un autógrafo. La economía
comenzaba a entrar en crisis, en especial los empresarios de conciertos. Ya los
estadios lucían vacíos, los artistas ya no producían nuevas canciones. Esto,
por lo tanto, trajo como consecuencias el aburrimiento y una crisis económica
que no duraría más de dos horas.
El pánico se
apoderó del muchacho de 13 años, y la tristeza comenzó a embargarlo. El anhelo
que había vivido en su alma durante mucho tiempo poco a poco fue desapareciendo,
creando en él un sentimiento de culpa.
-¿Y si somos
nosotros quienes hacemos famosos a las personas y no ellos por si mismas?-
comenzó a preguntarse.
Esteban volvió a dormir.