domingo, 15 de octubre de 2017

Diario de un escritor muerto I

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Morí mientras escribía.
Eran las cuatro y cincuenta y nueve de la tarde y, cuando el minutero apuntó al número doce del reloj, mi corazón, herido de amor como el de Álvaro, dejó de latir para siempre.
Álvaro fue el protagonista de mi cuento y morí mientras él se apoderaba de mí. Sus sollozos, sus decepciones, sus lamentos y sus desesperaciones contribuyeron a la profunda taciturnidad en la que me ví envuelto desde que le di vida dentro de la ficción.
Si bien no existía ningún punto de comparación entre su físico con el mío, sus ojos parecieron atrapar a los míos para convertirme en testigo de tanta maldad, de tanto sufrimiento, y de interminable desamor.
Sí, el personaje que yo inventé, el que yo creí perfecto para soportar un engaño amoroso, no resultó lo que esperaba. Y me sometió a la muerte...
¡Oh, Álvaro!, por ti mi alma ronda perdida en las más angostas avenidas. Por ti he descubierto que no eres tú sino yo el merecedor de tanto daño.
¡Oh, Álvaro!, por ti he muerto en la más profunda tristeza. He dejado en el abandono a mis dos hijos, a mi perro, y a mi biblioteca vieja.
¡Oh, Álvaro!, mi culpa ha sido crearte cuando en mi pecho aún guardaba el delirio y el rencor de la amada huyente.
¡Oh, Álvaro!, te has llevado mi historia, mis sueños, toda mi vida…
Pero no te maldigo, ni te odio, sino más bien te agradezco.



sábado, 26 de agosto de 2017

Si supieras

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Si supieras que en mi pecho los claveles
pierden su olor, y se marchitan.
Se vuelven aún más débiles y frágiles
y su color se torna infinita.

Si supieras que en mi mente los recuerdos
de tu amor y la desdicha
me atrapan y me convierten
del árbol su hoja más marchita

Si supieras cuánto amor te ofrezco
sin temor ni remordimiento;
te aseguro vendrías, corriendo, a mi lecho
derramando claveles y corazones.

Si supieras que la aurora
ya no brilla sin tu presencia
reaparecerías en mi vida
a cada instante, a cada hora.

Si supieras todo eso,
serías otra dentro de ti misma,
y la flor, triste, y marchita
volvería a tener vida.



miércoles, 24 de mayo de 2017

Lloro


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Ay corazón mío,
¡qué te han hecho!
¿Por qué luces vacío?
Si amar ha sido tu mortal vicio,
y perdonar tu mayor delirio.

Ay corazón mío,
¿por qué te han sometido al sufrimiento?,
si saben que eres como un papel de seda
¡tan endeble como la mismísima pena!

Ay... corazón mío,
¡qué has hecho! para merecer tanto daño,
tanta traición, tanta tristeza,
y tantas cuchilladas a tu nobleza.

Yo lloro, corazón malherido
porque te han robado la sonrisa,
te han arrancado la piel delicada,
y han convertido tu sangre en ceniza.

Yo lloro, corazón mohíno
porque te han separado de mi cabeza.
Yo sé que de ti se ha ido la certeza
y piensas que todo está perdido.

Ya no llores, corazón mío.
Te lo ruego, por tu propia vida.
Ya no más sangre perdida
Ya no más melancolía.

El tiempo, y el pasar de los días,
curará esta profunda herida.
Y sonreirás como siempre lo has hecho

y volverás... a de amor... tu lecho.


viernes, 28 de abril de 2017

Diario de un Niño Trabajador II


22 de Septiembre de 2013
Querido Diario,
             Perdóname, pero hice que otras manos toquen tus hojas. Hace dos días le mostré a un amigo los tatuajes de tinta que llevas en tu piel desde hace noventa horas, y me dijo que como poeta era buen músico de banda sonora. Es una pena. Me confesó que prefería leerme desde otra perspectiva: sin complicaciones, de manera sencilla. Las palabras de mi amigo Javier me hicieron meditar no solo sobre mi afán por escribir de una manera poética, sino también sobre el cuidado de las palabras. Ellas, según él, necesitan ser cuidadas como se hace con un bebé: con delicadeza, atención plena, y mucha paciencia.
         Me atrevo, entonces, a escribir nuevamente, aunque con una mirada diferente sobre la vida. Javier ha sido la gota dulce que necesitaba para recuperar la confianza que en mi alma estaba perdida. Y también la batería carente en mi espalda.
***
       Hace cinco días fui a dar un examen de admisión para una beca internacional de estudios que ofrece el movimiento de los Colegios del Mundo Unido (United World College en inglés). Y no esperaba ver tanta gente. Había estudiantes de los colegios más caros de Lima, del colegio “Mayor Presidente del Perú,” y también de los rincones más humildes y pobres, de donde vengo yo. No obstante, todos teníamos algo en común: el anhelo de estudiar en un país diferente.
         Para mí, las oportunidades de estudiar en el extranjero son como una luz en el fondo de la oscuridad: es difícil llegar a ella, pero es necesario recorrer el complicado camino para alcanzarla. Lamentablemente en el Perú son los que estudian en colegios privados quienes tienen acceso a un currículum educativo innovador y de calidad, mientras que los estudiantes de colegios públicos, como yo, tienen que esperar las caridades del gobierno para estudiar decentemente. Bueno, tengo que reconocer que hay excepciones. El “Colegio Mayor Secundario Presidente del Perú,” creado por el ex mandatario Alan García en el año 2010, es una de ellas.
         Cuando me enteré de los Colegios del Mundo Unido me emocioné muchísimo. Me ilusionó la idea de estudiar en otro país, con estudiantes de más de 69 nacionalidades. Me pareció interesante explorar y mejorar el mundo a través de la educación, y de hacer amigos cuyo idioma nativo no sea el español. No sabes, querido diario, cuantas veces me he imaginado viajando por el mundo, conociendo nuevos lugares, nuevas realidades, y nueva gente. Sé que estos anhelos pueden quedar en simple imaginación porque, como sabes, dinero no tengo ni para comprar un pasaje de avión. Pero…¿sabes algo? Gracias a Javier ahora tengo esperanza, tengo motivación para seguir creyendo. Y eso es importante. Tal vez no consiga la beca a la que estoy postulando, pero de hecho conseguiré experiencia y satisfacción por haberlo intentado.
          ¿Te digo un secreto? Hay algo que no me deja dormir tranquilo desde el día del examen. Quizá te estarás preguntando de qué estoy hablando. Te hablo, pues, del “bendito” inglés. Si bien saber inglés no ha sido un requisito para postular a la beca, el saberlo será fundamental para estudiar en uno de esos colegios de ensueño. Claro, si es que la obtengo… El problema es que yo, ahora mismo, no tengo ni la menor idea de cómo decir al menos una oración en inglés. Y eso, para serte franco, me asusta.
     Muchos de los pájaros y sirenas que vi y con los que conversé antes del examen me dijeron que ya sabían hablar inglés. Incluso me lo demostraron oralmente: “Hi, my name is Francisco. I am seventeen years old and I would like to study in UWC Atlantic College because it is located in England and this college has a library that looks like that of Hogwarts, the magic school of Harry Potter .” De esa parte solo pude entender “mi nombre es [my name is]” y la frase “Harry Potter” por lo que le pedí a Francisco, estudiante del colegio Markham de Miraflores, que me escribiera lo que había dicho en un papel. Y es por eso que puedo darme el lujo, querido diario, de escribir ahora una frase entera, ¡en inglés!, en tu delicada piel.
        Tengo que reconocer, no obstante, la gran vergüenza que sentí cuando le pregunté a Francisco por la transcripción de sus oraciones. Fue muy incómodo, pero también fue la única forma de entender. En ese momento vino a mi mente la frase de Ludwig, esa que mi profesor de comprensión lectora se la pasa diciendo en clase, especialmente cuando no tiene estrategia alguna para disimular su ignorancia. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” es esa frase “sabia” que he escuchado infinitas veces. Y, aunque me duela reconocerlo, esta vez me sentí como Ludwig. Me sentí limitado como nunca antes me había sentido. El inglés de Javier me hizo dar cuenta que mi mundo tiene límites, y que el desconocimiento del inglés era la causa. ¿Cómo no sentirse limitado cuando hablas un idioma nuevo y no sabes cómo decir lo que intentas decir? ¿Cómo no desesperarse cuando se quiere expresar una idea, una reflexión, y las palabras no alcanzan para hacerlo? El inglés ahora mismo me intimida, como mi profesora de matemáticas; y me somete al nerviosismo, como lo hizo el gallo (el examinador) en el examen...
       ... Pero tengo esperanza de que aprenderé este bendito idioma. Y saldré airoso de esta xenoglosofobia.
            Ahora tengo que dejarte, amado diario, porque además de estudiar tengo que trabajar. Y no lo hago por obligación, sino por decisión propia. Aunque eso, claro está, mucha gente no lo entienda.
                 Hasta pronto.
Siempre tuyo
Jorge


sábado, 15 de abril de 2017

Diario de un Niño Trabajador



18 de Septiembre 2013
Querido diario,
     He pensado toda la noche sobre esa tarde, tan lejana y tan extravagante; como si fuera el último de mis recuerdos, y de mi destino el presidio al sufrimiento. Lo sé, no lo escondo. La tarde de ayer me cambió por completo: vi pájaros alcanzando el cielo, y a decenas de sirenas con un rostro de desvelo.  Y a partir de estas observaciones me convertí en pesimista, pues, de mi existencia, me di cuenta, solo sobresale la desdicha....
    Me sentí como una hormiga en el desierto: inexistente, frágil, y abandonada; y, cuando me sumergieron al laberinto sin salida, me sentí morir. Recorrí las hojas del papel como descalzo en un camino pedregoso: tropezaba a cada momento debido a su naturaleza, mi mente se nublaba por instantes; y el optimismo se fue de mí.
    ¡Qué te pasa!- me preguntaba a mí mismo- y las respuestas se escapaban de mi boca.
    Tomé entonces el lápiz y escribí un recuerdo, que me dio vida en ese momento.
   Y mientras sentía a la sirenas y los pájaros convertirse en seres humanos, un gallo me miraba con atención infinita; me intimidaba su mirada fría y desafiante, y su postura me sometió al nerviosismo.
  ¡Quedan diez minutos!- dijo el gallo, con voz vozarrona e imponente, mientras se acomodaba la crespa de cabello negro, y se limpiaba el pico con un pañuelo...
***
  ...Salí del laberinto después de ocho minutos, y me quedaron dos para recorrerlo nuevamente. Esta vez volé, como un ángel, cada uno de sus caminos; pero no pude recuperar ni el aliento de mi pecho y mi mente. Enseguida le entregué al gallo la prueba de mi condena [al pesimismo y a la pena]; y salí corriendo en mi raciocinio. Mi cuerpo, no obstante, permanecía sereno en la salida del calvario, mientras los convertidos en humanos, de repente, volvían a ser pájaros y sirenas.
***
  Pasaron diez minutos más para marcharme, más con pena que con gloria; mis pensamientos evadieron los sucesos del futuro, mientras mi alma, enojada, reclamaba nuevamente la confianza plena.
    ¿Como te fue? -me preguntaron otras hormigas.
    No pronuncié palabra alguna. Solo atiné a mover mis hombros, dejando así en la intemperie... a la duda... y la sonrisa.
    Y así yo termino de escribir esta experiencia, tan repentina e inesperada.
**
   Espero volver a tocarte, querido diario, para recorrer tus caminos, y sentir tu piel frágil. Quiero unirme contigo a través de mis escritos, para así de ti jamás separarme.
Con atención,
Jorge




sábado, 4 de febrero de 2017

Distancia



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Hoy la luna llena no ha iluminado
el sendero, frágil, de mi pensamiento
Será porque lejos estás de mi lado,
y porque te extraño a cada momento.

Hoy la luna llena está triste
La puedo ver, y la contemplo
Como lo hago con la soledad de la noche
y el recuerdo de cuando te fuiste.

Hoy las estrellas no han brillado
porque estás ausente, y me haces falta.
Tú tienes ese brillo que al mundo exalta, 
ese mismo del que me he enamorado

Hoy el ulule del viento trasmite nostalgia,
frialdad... pena... y melancolía
Así de melancólicos son mis días
cuando no estas aquí

¿Será porque te amo con frenesí?
¿Será porque de mi mente no puedo sacarte?
O simplemente es la distancia
que me hace más difícil dejar de amarte


Emilia



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       Eran las siete de la noche cuando Emilia me dio el encuentro en la pequeña oficina, de paredes anaranjadas y ambiente triste, donde habían dos computadoras, antiguas y empolvadas, y un sinnúmero de problemas que parecían descansar en un estante azul que se encontraba en uno de los rincones a la espera de ser abierto por alguna solución. Emilia llevaba en su rostro una expresión de amargura. No entendía por qué. Tampoco le interesaba saberlo.

      Se me acercó lentamente, sin desprender la mirada. Llevaba consigo una impotencia tan grande, que su corazón dejó de latir por unos segundos. Sus sentimientos desaparecieron, sus pensamientos fueron aniquilados por el odio. Se había convertido en piedra. El cariño que alguna vez juró sentir por mí se esfumó como espuma de cerveza. Era irreconocible. Su mano avisaba la pronta llegada de una bofetada, pero su cuerpo retenía aquel impulso del que se arrepentiría por el resto de su vida. No sabía exactamente por qué estaba allí, pero sabía que debía decirlo; y, tras permanecer con los pies intactos, casi como una estatua, de su voz, que de melodiosa no tenía nada, surgieron algunas balas de plomo.

      -¡Eres una mala persona!- me dijo, sin darme alguna explicación.

    Se marchó, apresurada, después de asesinarme nuevamente, pero su sombra seguía allí, atormentándome hasta el cansancio, como si quisiera cerciorarse de que en realidad había muerto. Me comenzó a doler la cabeza y me dieron ganas de llorar. Era la enésima vez que me decía la misma frase.

    Entonces decidí hablar con ella. Subí pacientemente las escaleras mientras pensaba en aquel asesinato del que había sido víctima. Estaba desconcertado, confundido tal vez, en busca de respuestas a preguntas que a veces surgen producto del aburrimiento. Me sentí filósofo por unos segundos.

     Tras cinco minutos de inseguridad, dos sonidos surgieron a raíz del contacto entre mi puño y la puerta azul, que me impedía la entrada hacia su dormitorio. Comprendí, en ese instante, que la puerta es un claro símbolo de auto-encarcelación. Comencé a imaginar un sinnúmero de casas, sin puertas, donde cualquier persona podía entrar sin necesidad de una llave, ni de  permiso del dueño, o la dueña. Los jóvenes ya no necesitaban de las ventanas para ir a las fiestas, los niños podían jugar sin necesidad de la autorización paterna o materna. Ya nadie era víctima de violencia, porque cualquier persona podía entrar e interrumpir inmediatamente la escena sin necesidad de tocar algo. Un mundo sin puertas era una buena alternativa para no sentirse rechazado, una manera de estar seguro. Pero no, tan solo era imaginación.

     Emilia no abría. Toqué la puerta un par de veces más, sin respuesta alguna. Emilia no abrió. Caminé entonces hacia mi dormitorio, que estaba al lado, y me senté en medio de la desesperación. Tomé mi cuaderno de notas y empecé a escribir mis profundos sentimientos con una letra tan pequeña, que se necesitaba de una lupa para descifrar las palabras. Las palabras, desde ese momento, se convirtieron en mis mejores amigas. Ya no era el perro, ni el gato, ni Marco. Eran las palabras las que me escuchaban en los momentos más críticos, sin juzgarme ni darme consejos. Me sentía dichoso al ser el único testigo de su nacimiento, tras el matrimonio entre el papel y el bolígrafo.

   Una gota de lluvia cayó en medio del papel rayado y un suspiro se desprendió de mi pecho, esparciéndose en un aire que parecía contener una inmensa pena, invisible y visible a la vez. Ya no podía más. Había mantenido la esperanza de que mi relación con Emilia mejorara, pero no solo dependía de mí, sino de ambos.

   Ya eran cinco días sin dirigirnos ni una sola palabra. Ya los desayunos no eran iguales, ni los almuerzos ni las cenas. Ya nada era igual.  Mi relación amical iba de mal en peor y la palabra “comunicación” desapareció de mi vocabulario. Una mañana, cuando me encontraba a punto de barrer, sonó el teléfono. Caminé lentamente hacia la pequeña mesa, marrón y vieja, y delicadamente cogí el aparato para contestar la llamada.

    Me dieron una noticia que no esperaba: mi padre había tenido un accidente.

martes, 17 de enero de 2017

Karma



          Esteban caminaba por la Av. Larco, como de costumbre, para sentarse en una banca del parque de Miraflores. Mientras caminaba para llegar a su destino, tropezó con Julia, una mujer con ocho meses de embarazo que apenas podía caminar. Julia echó a reír cuando observó el rostro de Esteban, pues éste tenía la nariz grande y los dientes desordenados.

       -No todo es gloria, señora. Espero que ría como lo está haciendo ahora en ocho años- le dijo, mientras se reponía del golpe en la rodilla que dicho “choque humano” le había provocado.

      Al cabo de ocho años, Julia y Roberto, el hijo que esperaba cuando tropezó con Esteban, disfrutaban de una calurosa mañana en una de las bancas del parque de Miraflores, ese que está en la Calle de las Pizzas. En medio de su disfrute, se les acercó un adulto de unos veinte ocho años, de barba grande y nariz respingada. Era Esteban. Estaba acompañado de su esposa, y de su hija, que por cierto nada le había heredado a su padre en términos físicos. Esteban observó a Roberto meticulosamente y, tras voltear la mirada a Julia, le dijo con una sonrisa burlona:

      -El mundo da vueltas. El Karma existe. Y, la verdad, me apena que su hijo haya heredado los genes de su burla

      Julia tardó tres minutos en darse cuenta de que quién le acababa de hablar no era ni más ni menos que el hombre “narizón” y “muelas torcidas” que había conocido años atrás. Y del que se había burlado. Roberto, pobre inocente, ajeno a toda la situación, al notar la sonrisa burlona de Esteban se puso de pie y le pidió a su madre que lo llevara inmediatamente a un dentista, pues no quería seguir siendo sujeto de mofas por la malformación de sus dientes.

    -Cuando haya dinero, hijo. Por ahora no- contestó a su pedido.

     Y mientras se lo decía, Esteban desapareció para siempre.

                                               (FIN)