Hoy mi profesor de música tocó la
nota musical equivocada. No era la primera vez que lo hacía, pero hoy cometió
su peor error. La clave musical no fue Do
mayor ni La bemol, sino la frase
que de su boca salió:
“Esperé un par de desastres, es decir, dos pésimos resultados en el
examen. Estoy muy impresionado con los resultados. Felicitaciones.”
Su frase me provocó una sonrisa que preferí no expresar al mundo exterior. Su frase, asimismo, parecía tener una melodía disjunta y una textura polífona, en donde la confusión y la amargura eran las responsables de la incoherencia en el ritmo.
Su frase me provocó una sonrisa que preferí no expresar al mundo exterior. Su frase, asimismo, parecía tener una melodía disjunta y una textura polífona, en donde la confusión y la amargura eran las responsables de la incoherencia en el ritmo.
Estuve melancólico durante los
treinta minutos restantes de la clase. Por un momento quise gritar, como una
forma de lucha contra la subestimación. Esa subestimación de la que somos
sujetos quienes no tuvimos la oportunidad de estudiar una determinada materia
en un nivel de alta calidad. ¡Dichosos sean los que la tuvieron, porque de
ellos depende el alabo del profesor! De ello dependerá que sean el ejemplo de
la clase, la primera persona en responder.
Y seguiría escribiendo páginas enteras, pero, como diría Julio Cortázar, “las palabras
faltan cuando lo que hay que decir desborda el alma”.