lunes, 26 de octubre de 2015

Cuando la melodía hiere




    Hoy mi profesor de música tocó la nota musical equivocada. No era la primera vez que lo hacía, pero hoy cometió su peor error. La clave musical no fue Do mayor ni La bemol, sino la frase que de su boca salió:

 “Esperé un par de desastres, es decir, dos pésimos resultados en el examen. Estoy muy impresionado con los resultados. Felicitaciones.”
 
   Su frase me provocó una sonrisa que preferí no expresar al mundo exterior. Su frase, asimismo, parecía tener una melodía disjunta y una textura polífona, en donde la confusión y la amargura eran las responsables de la incoherencia en el ritmo.

    Estuve melancólico durante los treinta minutos restantes de la clase. Por un momento quise gritar, como una forma de lucha contra la subestimación. Esa subestimación de la que somos sujetos quienes no tuvimos la oportunidad de estudiar una determinada materia en un nivel de alta calidad. ¡Dichosos sean los que la tuvieron, porque de ellos depende el alabo del profesor! De ello dependerá que sean el ejemplo de la clase, la primera persona en responder.

     Y seguiría escribiendo páginas enteras, pero, como diría Julio Cortázar, “las palabras faltan cuando lo que hay que decir desborda el alma”.



La nuera




   A mi madre nunca le gustó la idea de tener una nuera. No es que quisiera casarme siendo tan joven, sino que el hecho de verme besando a una chica le provocaba una enfermedad incurable.

   Aunque su manera de pensar no influyó en mi pubertad, ahora de joven me persigue, sometiéndome a un cuadro de inmenso miedo y confusión cada vez que me acerco a una mujer.  ¿Habría querido mi madre que me case con un hombre? No lo sé.

  Ayer conocí a una chica, de buenos modales y gran personalidad. Su voz parecía dominar mis sentidos, su mirada me atrapaba. En ese instante, cuando todo parecía volver a la normalidad, me acordé de mi madre, y la chica que había conocido se marchó, sin decirme ni una sola palabra.

  Tal vez su silencio fue la prueba del poder que tienen las madres.




domingo, 25 de octubre de 2015

Cien mil veces



        
    

       Cien mil veces he escuchado que las personas antisociales son las que no hablan. Cien mil veces he sido testigo de aquella exclusión entre culturas que se supone no debería suceder. Cien mil, si, cien mil veces he intentado decirle al mundo que existo, que a pesar de mi silencio, valgo mucho. Y es que el silencio se ha convertido en el símbolo de la mudez. ¿No se han dado cuenta que mudo no es quien no habla sino quien no expresa lo que siente? ¿Acaso no podemos concebir al silencio como una manera de expresión?