Eran las cuatro de la tarde cuando Mariana se disponía a abordar el avión que la llevaría de regreso a Perú. Había estado durante casi un mes en esa ciudad donde todo está al revés, donde ser pobre significa ser rico, donde te cuesta hasta el aire que respiras y donde el viento parece cantar una canción infinita : Londres.
Mariana había estudiado derecho,
pero terminó siendo la asistenta de un reconocido economista. Nunca entendió
qué tenía que ver una cosa con la otra, pero lo cierto es que no le iba mal en aquel
trabajo que con tanto esfuerzo había conseguido.
Londres había sido la ciudad que
tanto anhelaba conocer. Desde muy pequeña le gustaba viajar en sus sueños,
convirtiendo sus sábanas en aviones y su almohada en piloto. Cuando se le
presentó la oportunidad de viajar a la capital del Reino Unido, como traductora (porque el reconocido
economista no hablaba inglés, aunque en su título figuraba lo contrario), su corazón pareció dejar de latir, producto de la impresión y la alegría.
El trabajo que realizó como
traductora fue excelente. Ya extrañaba estar nuevamente con su madre y hermana,
comer un delicioso ceviche y leer los populares periódicos “chicha”.
Una inmensa sonrisa se dibujó en su rostro tras escuchar el anuncio de abordaje. Tomó entre sus manos un
pequeño equipaje de mano y se encaminó hacia la puerta de embarque. Sus piernas
parecían temblar, como si una tragedia estuviese a punto de suceder.
Luego de unos minutos la inmensa
línea empezaba a decrecer y la espera se volvía menor.
-Disculpe señorita, pero este
pasaporte no es suyo- le dijo una mujer rubia, trabajadora de la aerolínea.
-¿Qué dice?- le preguntó con un
tono de desesperación.
-Usted no es la de la foto. Mire.
Mariana seguía viendo su foto en
el pasaporte, pero la encargada del check-in de la aerolínea no. Había un inexplicable
cambio. Nadie lo entendía, nadie lo comprendía. Lo cierto es que esa tarde
Mariana no pudo regresar al país que la vio nacer.