martes, 24 de marzo de 2015

El pasaporte



    Eran las cuatro de la tarde cuando Mariana se disponía a abordar el avión que la llevaría de regreso a Perú. Había estado durante casi un mes en esa ciudad donde todo está al revés, donde ser pobre significa ser rico, donde te cuesta hasta el aire que respiras y donde el viento parece cantar una canción infinita : Londres.

  Mariana había estudiado derecho, pero terminó siendo la asistenta de un reconocido economista. Nunca entendió qué tenía que ver una cosa con la otra, pero lo cierto es que no le iba mal en aquel trabajo que con tanto esfuerzo había conseguido.

   Londres había sido la ciudad que tanto anhelaba conocer. Desde muy pequeña le gustaba viajar en sus sueños, convirtiendo sus sábanas en aviones y su almohada en piloto. Cuando se le presentó la oportunidad de viajar a la capital del Reino Unido, como traductora (porque el reconocido economista no hablaba inglés, aunque en su título figuraba lo contrario),  su corazón pareció dejar de latir, producto de la impresión y la alegría.

   El trabajo que realizó como traductora fue excelente. Ya extrañaba estar nuevamente con su madre y hermana, comer un delicioso ceviche y leer los populares periódicos “chicha”.

 Una inmensa sonrisa se dibujó en su rostro tras escuchar el anuncio de abordaje. Tomó entre sus manos un pequeño equipaje de mano y se encaminó hacia la puerta de embarque. Sus piernas parecían temblar, como si una tragedia estuviese a punto de suceder.

  Luego de unos minutos la inmensa línea empezaba a decrecer y la espera se volvía menor.

-Disculpe señorita, pero este pasaporte no es suyo- le dijo una mujer rubia, trabajadora de la aerolínea.
-¿Qué dice?- le preguntó con un tono de desesperación.
-Usted no es la de la foto. Mire.

  Mariana seguía viendo su foto en el pasaporte, pero la encargada del check-in de la aerolínea no. Había un inexplicable cambio. Nadie lo entendía, nadie lo comprendía. Lo cierto es que esa tarde Mariana no pudo regresar al país que la vio nacer. 

miércoles, 18 de marzo de 2015

Hoy

      

           Jorge se dispuso a escribir un poema en un viejo cuaderno de notas, cuyas hojas contenían sus profundos sentimientos expresados a través de la poesía. Una pequeña foto de su eterna amada se convirtió en inspiración, haciendo que algunos versos se desprendan de su mente de una forma tan natural, que ni él mismo podía creer que los había escrito.


Hoy las olas han pronunciado tu nombre
hoy te he sentido a través del viento
hoy en mi alma has despertado
un profundo y bonito sentimiento

Y aunque te encuentres tan distante
te siento cerca de mí
porque no he dejado de pensarte
desde la primera vez que te vi

Sé que algún día volveré a verte
y prometo cantarte una canción
¡No temas! no quiero tenerte
solo quiero entregarte mi corazón

viernes, 6 de marzo de 2015

Ser niño trabajador I



     Imaginemos que la palabra “erradicación” desaparece junto a todos sus sinónimos. Tal vez ya nadie hablaría de “Erradicación del Trabajo Infantil” y el discurso de las ONGs e instituciones que promueven una “Infancia sin Trabajo” perdería poder de convencimiento al carecer de esta palabra, cuya importancia traspasa los millones de dólares que reciben e invierten en pro de sus objetivos.

     Frases como "No queremos niños trabajando, los queremos estudiando" o "un niño que trabaja pierde más de lo que gana" han sido inevitables escuchar a lo largo de mi etapa como niño trabajador. Frases que, más que transmitir un mensaje inspirador, hieren a quienes formamos parte de este grupo que  aún sigue siendo invisible ante los ojos del gobierno. Y de la sociedad.

    "El paradigma de la peligrosidad" y las posturas anti-trabajo infantil han sido los nutrientes que han permitido el crecimiento de una mirada negativa ante este fenómeno social. Sin embargo, desde mi experiencia personal, ser un "chiquillo que trabaja" me ha ayudado a entender una realidad que existe desde una visión hermenéutica y me ha dado, además, energía suficiente para sumarme a la lucha por la defensa de un "trabajo digno" en lugar de "un país sin trabajo infantil". 

     He oído en más de una oportunidad que la palabra mata. Y es cierto. He sido asesinado muchas veces, pero las ganas de continuar en esta lucha me han resucitado. Los más de tres millones de niños y adolescentes trabajadores peruanos me han salvado de esa muerte eterna, aunque ellos estén muertos socialmente. 

   Podemos escuchar un sinnúmero de opiniones en cuanto a la sociedad, pero lo cierto es que vivimos en una sociedad ciega y sorda. Ciega porque no ve a los NNATs, ese significante sector que lucha cada día por ser reconocido, a pesar de las adversidades políticas y sociales. Sorda porque aunque gritemos, hagamos marchas o consigamos una entrevista en TV (aunque suena complicado al tener una media farandulera), nuestra voz no es tomada en cuenta. Las palabras se las lleva el viento. 
La pregunta es: ¿habrá que romperle los oídos para que aprendan a escuchar por los ojos?

   Las niñas, niños y adolescentes trabajadores del Perú y del mundo tienen mucho que decir. Ellos y ellas, aunque niños, pueden convertirse en los doctores que sanen de una vez la ceguera y sordera que aqueja a la sociedad del siglo.

Pueden decir que estoy loco, pero dentro de mi locura tengo un poco de cordura.

Continuará...