viernes, 6 de marzo de 2015

Ser niño trabajador I



     Imaginemos que la palabra “erradicación” desaparece junto a todos sus sinónimos. Tal vez ya nadie hablaría de “Erradicación del Trabajo Infantil” y el discurso de las ONGs e instituciones que promueven una “Infancia sin Trabajo” perdería poder de convencimiento al carecer de esta palabra, cuya importancia traspasa los millones de dólares que reciben e invierten en pro de sus objetivos.

     Frases como "No queremos niños trabajando, los queremos estudiando" o "un niño que trabaja pierde más de lo que gana" han sido inevitables escuchar a lo largo de mi etapa como niño trabajador. Frases que, más que transmitir un mensaje inspirador, hieren a quienes formamos parte de este grupo que  aún sigue siendo invisible ante los ojos del gobierno. Y de la sociedad.

    "El paradigma de la peligrosidad" y las posturas anti-trabajo infantil han sido los nutrientes que han permitido el crecimiento de una mirada negativa ante este fenómeno social. Sin embargo, desde mi experiencia personal, ser un "chiquillo que trabaja" me ha ayudado a entender una realidad que existe desde una visión hermenéutica y me ha dado, además, energía suficiente para sumarme a la lucha por la defensa de un "trabajo digno" en lugar de "un país sin trabajo infantil". 

     He oído en más de una oportunidad que la palabra mata. Y es cierto. He sido asesinado muchas veces, pero las ganas de continuar en esta lucha me han resucitado. Los más de tres millones de niños y adolescentes trabajadores peruanos me han salvado de esa muerte eterna, aunque ellos estén muertos socialmente. 

   Podemos escuchar un sinnúmero de opiniones en cuanto a la sociedad, pero lo cierto es que vivimos en una sociedad ciega y sorda. Ciega porque no ve a los NNATs, ese significante sector que lucha cada día por ser reconocido, a pesar de las adversidades políticas y sociales. Sorda porque aunque gritemos, hagamos marchas o consigamos una entrevista en TV (aunque suena complicado al tener una media farandulera), nuestra voz no es tomada en cuenta. Las palabras se las lleva el viento. 
La pregunta es: ¿habrá que romperle los oídos para que aprendan a escuchar por los ojos?

   Las niñas, niños y adolescentes trabajadores del Perú y del mundo tienen mucho que decir. Ellos y ellas, aunque niños, pueden convertirse en los doctores que sanen de una vez la ceguera y sordera que aqueja a la sociedad del siglo.

Pueden decir que estoy loco, pero dentro de mi locura tengo un poco de cordura.

Continuará...

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