A mi madre nunca le gustó la idea de tener una nuera. No es
que quisiera casarme siendo tan joven, sino que el hecho de verme besando a una
chica le provocaba una enfermedad incurable.
Aunque su manera de pensar no influyó en mi pubertad, ahora
de joven me persigue, sometiéndome a un cuadro de inmenso miedo y confusión
cada vez que me acerco a una mujer.
¿Habría querido mi madre que me case con un hombre? No lo sé.
Ayer conocí a una chica, de buenos modales y gran
personalidad. Su voz parecía dominar mis sentidos, su mirada me atrapaba. En
ese instante, cuando todo parecía volver a la normalidad, me acordé de mi
madre, y la chica que había conocido se marchó, sin decirme ni una sola
palabra.
Tal vez su silencio fue la prueba del poder que tienen las
madres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario