domingo, 15 de octubre de 2017

Diario de un escritor muerto I

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Morí mientras escribía.
Eran las cuatro y cincuenta y nueve de la tarde y, cuando el minutero apuntó al número doce del reloj, mi corazón, herido de amor como el de Álvaro, dejó de latir para siempre.
Álvaro fue el protagonista de mi cuento y morí mientras él se apoderaba de mí. Sus sollozos, sus decepciones, sus lamentos y sus desesperaciones contribuyeron a la profunda taciturnidad en la que me ví envuelto desde que le di vida dentro de la ficción.
Si bien no existía ningún punto de comparación entre su físico con el mío, sus ojos parecieron atrapar a los míos para convertirme en testigo de tanta maldad, de tanto sufrimiento, y de interminable desamor.
Sí, el personaje que yo inventé, el que yo creí perfecto para soportar un engaño amoroso, no resultó lo que esperaba. Y me sometió a la muerte...
¡Oh, Álvaro!, por ti mi alma ronda perdida en las más angostas avenidas. Por ti he descubierto que no eres tú sino yo el merecedor de tanto daño.
¡Oh, Álvaro!, por ti he muerto en la más profunda tristeza. He dejado en el abandono a mis dos hijos, a mi perro, y a mi biblioteca vieja.
¡Oh, Álvaro!, mi culpa ha sido crearte cuando en mi pecho aún guardaba el delirio y el rencor de la amada huyente.
¡Oh, Álvaro!, te has llevado mi historia, mis sueños, toda mi vida…
Pero no te maldigo, ni te odio, sino más bien te agradezco.



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