Tarek parece
buscar la luz en medio de la oscuridad nocturna y la calma en medio de la
desesperación. Intenta cubrir aquella ansiedad que lo martiriza a través de
esas grandiosas melodías que remedian lo que parece irremediable, por ejemplo,
el frío de Gales.
Su cama se ha
convertido en aquella madre que, preocupada por el bienestar de su hijo, no
hace nada más que acogerlo en su regazo. Las palabras de esos libros que
descansan sobre su pequeño estante suelen salir al mundo exterior, cobrando
vida, convirtiéndose en sus consejeros. Tal vez por eso ya no ve necesario
contar sus problemas a una persona de carne y hueso. Al fin y al cabo, un libro
puede ser una persona, con poderes mágicos, pues te sumerge a ese mundo donde
sueñas despierto, donde respiras aun estando muerto.
He aprendido de
él que la música es más que leer una nota en el pentagrama. He aprendido de él
que la vida es un viaje, en donde las intuiciones escapan de la realidad. Un
viaje en donde el bus parece ser nuestra alma, y los frenos nuestra calma. Un
viaje en donde no necesitas tener un brevete para conducir ni dinero para
sobrevivir.
Tarek, la
distancia no existe. Gracias a la cámara de nuestra mente, los recuerdos cubren
aquel agujero que renace en el corazón cada vez que observo ese rincón vacío y
“ordenado”. Aunque estés en otro país, en otro continente, la esencia de tu
amistad ronda cada día, porque aunque estés algo lejos, tus amigos de
dormitorio te sentimos muy cerca.
Es una alegría
de ser tu amigo.
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